Solamente tenía 36 años, pero aquel 1805 sería recordado para siempre y por toda la humanidad, por la gloria de Napoleón Bonaparte.
Aquel 2 de diciembre, a media tarde, Napoleón se sentó en su tienda cansado, pero satisfecho, tras derrotar contra todo pronóstico y con fuerzas muy inferiores en número, a los ejércitos coaligados de los emperadores de Austria y Rusia, en los fríos campos de Austerlitz.
Durante aquellos últimos 12 meses, aquel hijo de un abogado de provincias, proveniente de una remota y aislada isla del mediterráneo, había culminado su gran carrera política y militar, y tenía el mundo a sus pies. Emperadores, reyes, grandes nobles, todas las naciones de Europa, con la excepción de los ingleses, los “malditos ingleses”, se postraban ante su grandeza.
Justo un año antes, el 2 de diciembre de 1804, en la catedral de Notre Dame de París, el “pequeño corso” había tomado en sus manos la corona imperial, previamente bendecida por el papa Pio VII, al que había hecho venir expresamente para la ocasión desde Roma, y se había coronado a sí mismo Emperador de los Franceses.
La derrota en el mar de Trafalgar, en octubre, había frustrado sus planes para invadir Gran Bretaña, pero en su campaña continental, camino hacia el este, había ido encadenando una victoria tras otra. En Alemania, sobre todo el gran triunfo en Ulm, que supuso la rendición de Baviera, hasta alcanzar la cima, con aquella resonante victoria en Austerlitz, que suponía la rendición del orgulloso imperio austriaco y la retirada hacia el este, para encerrarse en su cueva lamiéndose las heridas, del temible oso ruso.
Sin embargo, aquella gloria fue también el inicio del declive y derrota definitiva del emperador que, aunque aún tardaría 10 años y ciento de miles de muertos en producirse, estaba ya decidida.
Así lo quiere relatar, con fidelidad a su propia ideología, Albert Manfred, historiador soviético marxista, que en su romántica biografía del emperador explica como, en aquel año, Bonaparte traicionó el gran secreto de sus rutilantes triunfos militares: el entusiasmo revolucionario del pueblo que empujaba a sus soldados.
Ya en la victoriosa campaña de Italia, entre 1796 y 1797, que impulsó a un general de con apenas 27 años, a la primera línea de la recién nacida primera República Francesa, Napoleón supo aprovechar que una moral más elevada y un mayor compromiso con su causa, permitían a los ejércitos franceses, mal alimentados y mucho peor equipados que los de sus enemigos, moverse mucho más rápido y luchar con mayor entusiasmo que los mercenarios al servicio de Austria o de los Estados Pontificios.
Napoleón tenía sin duda una inteligencia genial, no sólo como militar, también como jurista y político, pero esa genialidad le llevó, precisamente, a entender que para superar los límites de los mejores materiales y la mejor organización, de la que hacían gala los ejércitos austriacos y prusianos del siglo XVIII, era necesario apoyarse en el factor humano, el espíritu de unos soldados que no luchaban por una paga, sino por un ideal revolucionario, por su libertad.
Ese elemento humano es en el que trabaja el proyecto Segurmania. Puesto en marcha por CONFEBASK y sus socios territoriales ADEGI, CEBEK y SEA, en el que colaboramos las asociaciones empresariales sectoriales de Euskadi, pretende superar los límites que una excelente organización y el más avanzado equipamiento material en prevención de riesgos laborales pueden ofrecer.
En ese objetivo, el que nos acerca cada vez más a la meta de los cero accidentes, la motivación y la moral de las personas de la organización es fundamental.
SEGURMANIA cambia definitivamente el enfoque y plantea una nueva forma de comunicarse con las personas de la organización. Lenguaje sencillo y directo, apelando al interés que todos tenemos en lo fundamental: la seguridad es asunto solamente de aquellos a los que nos gusta volver a casa al terminar la jornada.
Nadie niega las dotes de estratega, de estadista y de genio organizativo de Napoleón, pero el “pequeño cabo” entendió un aspecto fundamental de toda organización, de todo grupo de personas con un cometido: el factor humano que nace de las convicciones y motivaciones de cada uno de los individuos que la forman… y es ahí, precisamente, ahí, donde apunta Segurmania.